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domingo, 14 de diciembre de 2025

Oración en el domingo de la alegría ( Tercero de Adviento)


 

Señor mío, mi Dios:

Aquí estoy. Tú sabes mis desiertos, mis cansancios, mis miedos, mis preguntas. Tú sabes que a veces me cuesta creer que ya estás cerca.

Perdóname cuando te busco solo en lo grande y no te reconozco en lo pequeño.
Perdóname cuando quiero que vengas rápido, fuerte, espectacular,
y me impaciento con tu modo humilde de llegar,
como semilla, como brisa, como pan, como cuidado silencioso.

Hoy te repito la pregunta de Juan, pero ya no como desafío, sino como súplica:
¿Eres tú, Señor?
Y mientras lo pregunto, algo en mí empieza a responder…
porque me doy cuenta de que sí:
has estado en esa fuerza inesperada,
en esa paz que llegó sin avisar,
en esa persona que me sostuvo,
en esa luz pequeña que no se apagó.

Señor, dame ojos para ver tus señales.
Que no se me escape tu paso por mi vida.
Abre mis oídos para escuchar tu Palabra cuando todo dentro hace ruido.
Endereza mis rodillas vacilantes.
Sostén mis manos caídas.
Y si el miedo vuelve —porque vuelve— recuérdame tu promesa:
“No temas: yo estoy contigo.”

Enséñame tu paciencia, la del sembrador.
Yo quiero fruto inmediato, pero tú me enseñas a cuidar el proceso.
Dame un corazón que riegue el bien sin cansarse,
que no se seque en la queja,
que no se endurezca en el juicio,
que no se vuelva frío por protección.

Hazme vivir este Gaudete como tú lo sueñas:
no con una alegría de escaparate,
sino con una alegría con raíces,
la alegría de saber que, aunque falte, tú ya vienes,
y aunque duela, tú ya estás.

Y sí, Señor: acepto lo que me pides.
Quiero ser señal tuya esta semana.
Hazme cercano al que está triste,
paciente con el que se equivoca,
tierno con el frágil,
valiente para pedir perdón y para perdonar.
Que mi presencia no pese, que alivie.
Que mi palabra no hiera, que cure.
Que mis manos no se cierren, que se abran.

Cuando me visite la duda, no me sueltes.
Cuando me falte la alegría, enciéndela tú.
Cuando mi corazón se apague, sopla tú tu Espíritu.

Ven, Señor Jesús.
Y mientras vienes, quédate.
Haz florecer mi desierto.
Haz de mi vida un camino donde otros puedan volver a creer.

Amén.
 
 

Visita pastoral del Obispo a la Parroquia de Santo Domingo

 El miércoles 10 de diciembre de 5 a 8 de la tarde tuvo lugar en la parroquia de Santo Domingo, la visita pastoral del Obispo. Recordar que la Capilla de Adoración pertenece a dicha parroquia.

Una buena representación, todos los que quisieron, se acercaron a este encuentro con todos los grupos parroquiales. Un buen ambiente fraterno y de comunión eclesial fue la nota distintiva de este espacio.

Como responsable de la Capilla fui quien le presenté lo que hicimos. Pero para hacerlo de modo atractivo, gracias a la participación de quienes dieron su testimonio. Gracias a Amada, adoradora, de la parroquia de Santo Domingo; Carmen, de la Parroquia de Casablanca, del arciprestazgo de Vegueta; Pepa, de Tenteniguada y finalmente, Juan Carlos, adorador y miembro de Cursillos de Cristiandad. Con todo ello quedó patente que la influencia de la Capilla va más allá de la parroquia, del arciprestazgo, llega a otros lugares de la Isla de Gran Canaria y también a los movimientos. Yo mismo se lo definía a nuestro Pastor con la metáfora de un mosaico de diferentes colores en el que se mezclan distintas espiritualidades, viviendo el deseo de Jesús "que todos sean uno" y saboreando su presencia, quien nos aseguró que "estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo".

La eucaristía puso el broche de oro a este encuentro pastoral de comunión eclesial con nuestro Pastor.

En las imágenes, de la Diócesis de Canarias, se pueden observar distintos momentos de esta visita. 

 




















 

sábado, 13 de diciembre de 2025

¡Buena participación en el Retiro de Adviento!

 

En la mañana del sábado 13 de diciembre hemos celebrado con treinta personas el Retiro de Adviento. Felicidades a todos los participantes, a quienes el viento y la lluvia del temporal no les echó atrás en su decisión de acudir a este Retiro.

En circunstancias adversas climatológicas ya tengo la seguridad que habrá al menos treinta, yo calculaba como mínimo diez, pero el Señor ¡lo multiplicó por tres! Lo importante es descubrir que lo ofrecido siempre es bueno y merece la pena, así que tomaron muy buena decisión quienes gozaron este tiempo de reflexión.

 Dejo aquí algunas impresiones de quienes se acercaron a la Capilla de Adoración en este sábado 13 de diciembre: 

Me  fue muy bien, lo necesitaba. Un momento especial de reflexión que me quitó muchos miedos.” Consuelo.

Cuando Dios llama, no hay tormenta que lo silencie.” Marta.

Este retiro de adviento me recordó que el tiempo de Dios es siempre de esperanza y de fe. Pude sentir que todos esperamos la venida de esa esperanza de amor, para recordar que no estamos solos.” Amy.

Gracias por la invitación a caminar por el sendero  hacia Belén.

Dos horas de oración, contemplación, compañía y acercamiento a  Jesús. 
Ese Dios tan grande y tan pequeño que nos permite mantener la esperanza en el Amor.
Quien no espera en los momentos oscuros de la vida, se desespera con facilidad y vive en el miedo.
Hoy sentí una vez más la cercanía del Señor porque así nos lo prometió. 
Cada día un paso, un encuentro y la paciencia hace el milagro.

No espero por el mañana, necesito y quiero el encuentro cada ahora.
No tengo miedo cuando camino con Dios.
” Valeria

Creo que este año me ha marcado más que otros por distintos motivos. Sin duda, me ha ayudado este retiro de adviento como tiempo de espera en el Señor.” Paco. 
 
El próximo retiro será en Cuaresma, el sábado 21 de febrero, de 11 de la mañana a 1 del mediodía. ¿Lo apuntas? Con lluvia o sin ella, allí estaremos.





lunes, 8 de diciembre de 2025

Oración a María Inmaculada

                                             


Oración a María Inmaculada 

María Inmaculada,
llena de gracia y amada desde antes de la creación del mundo (Ef 1,4),
hoy te miramos como Madre, como hermana en la fe,
como signo vivo de lo que Dios sueña para cada uno de nosotros.

Tú eres la mujer en quien el mal no tiene entrada,
la enemiga de la serpiente (Gn 3,15),
la tierra limpia donde el Padre hace germinar a Jesús,
el Fruto bendito de tu vientre (Lc 1,42).
Cuando Adán y Eva se esconden por miedo y vergüenza (Gn 3,9-10),
tú te presentas ante Dios sencilla, disponible, confiando.
Enséñanos a no huir de Dios,
a no escondernos más tras excusas, pecados o heridas.

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28):
así te saluda el ángel,
y esa misma palabra hoy nos la dirige a nosotros.
María, ayúdanos a creer que la gracia es más fuerte que el pecado,
que Dios puede hacer cosas nuevas en nuestra historia
aunque nos sintamos pobres, cansados o rotos.

En este tiempo de Adviento,
tú que esperas a Jesús con un corazón vigilante,
enséñanos a esperar.
Que nuestra esperanza no sea un deseo vago,
sino una confianza firme en que Dios está actuando ahora,
en nuestra familia, en nuestra comunidad, en nuestra Iglesia.
Que no nos paralice el miedo,
porque también a nosotros Jesús nos dice: “No temas” ( Lc 1,30).

María Inmaculada,
en cada Eucaristía vemos cumplido tu “hágase” (Lc 1,38).
En el altar, el mismo Jesús que tú llevaste en tu seno
se nos entrega como Pan vivo, partido por amor.
Tú que lo acoges en tu corazón y en tu cuerpo,
enséñanos a acogerlo con fe cuando lo recibimos.
Que cada comunión nos vaya limpiando por dentro,
sanando nuestras hebras de egoísmo,
rompiendo cadenas de pecado y resignación.

Madre, intercede por nosotros:
que vivamos esta solemnidad de tu Inmaculada Concepción
como una llamada a empezar de nuevo,
a creer que estamos “destinados a ser santos e irreprochables por el amor” (Ef 1,4).
Que nuestra Capilla de Adoración
sea un lugar donde se note que la gracia tiene la última palabra.

Tú que dices “Aquí está la esclava del Señor” (Lc 1,38),
ayúdanos a decir hoy nuestro propio “aquí estoy”:
en el trabajo, en la vida de familia,
en la lucha por la justicia,
en el servicio a los que sufren,
en la vida de la Iglesia.

María Inmaculada,
Madre de la esperanza,
mientras caminamos hacia la Navidad,
míranos, acompáñanos, cuídanos.
Que, con tu mano sobre nuestra vida,
aprendamos a vivir de la gracia y no del miedo,
del Evangelio y no de las sombras,
de la Eucaristía y no de nuestras fuerzas.

Así podremos cantar, con todo el corazón,
como la liturgia de hoy:
“Canten al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas” (Sal 98).

Amén.

domingo, 7 de diciembre de 2025

Retiro para personas muy ocupadas como tú

 

 ¿Vives con esperanza? 

¿Encuentras sentido a tu vida? 

¿Estás a punto de tirar la toalla? 

¿ Estás preparando el camino al Señor? 

Sea cual sea tu situación te invito a algo IMPORTANTE .

Apunta y reserva en tu agenda: 

- RETIRO de ADVIENTO
- ⁠Este sábado 13 de diciembre de ONCE a UNA del mediodía.
- ¡Solo DOS horas de retiro! 

Es un modo pensado para ti que tienes muchas ocupaciones y compromisos.

Viendo la buena respuesta de otras ocasiones en retiros durante los tiempos fuertes del año, seguro que esta convocatoria llenará también la Capilla de Adoración.

Me alegrará encontrarnos este sábado para tener un momento privilegiado de oración y encuentro con el Señor. ¿Te lo vas a perder?

Juan Bautista nos escribe ( En el segundo domingo de Adviento)

Yo, Juan,

el que grita en el desierto,
te escribo hoy a ti, que lees esta página.

Estamos en el segundo domingo de Adviento.
Y en la celebración de este día del Señor, 
quiero susurrarles con fuerza tres cosas al corazón.



1. No mires solo el tronco seco: Dios hace brotar un brote verde


Sé que en la vida,
se ven muchos troncos cortados:
diagnósticos duros, tratamientos que agotan,
miedos, noches en vela, lágrimas que no se ven.

A veces parece que la vida se ha quedado ahí:
como un árbol talado,
un tronco feo, seco, bajo, sin futuro.

Pero escucha:

Brotará un renuevo del tronco de Jesé” (Is 11,1).

Eso se lo digo hoy también a ustedes:
Dios hace brotar un brote verde donde tú solo ves final.

Allá donde vivas:
  • ese brote puede ser una paz nueva en medio del dolor,
  • una reconciliación que nace junto a una cama de hospital,
  • una fe que despierta precisamente en la enfermedad,
  • una fuerza inesperada para seguir cuidando, acompañando, sirviendo.

No te quedes mirando solo el tronco.
Mira bien…
a veces el brote es pequeño, casi invisible, pero está ahí.

Tú, quien lees ahora estas líneas:
aunque te sientas frágil y con cansancio,
Dios no ha terminado contigo.
En ti puede brotar una esperanza que sostenga a otros.

Tú, familia de quien sufre:
aunque estés agotado de esperar, de acompañar,
Dios puede hacer nacer en ti una paciencia nueva,
un amor más hondo.

Tú, profesional sanitario:
aunque vivas corriendo, sobrepasado,
el Señor puede hacer brotar en ti
una mirada distinta, más humana, más compasiva.
Eres muchas veces el rostro de la ternura de Dios junto a los enfermos.



2. Entren en el taller de la esperanza


Se lo digo con claridad:
no alimenten su corazón solo de malas noticias.
Ya hay suficiente sufrimiento, guerras, violencia, confusión en el mundo…
y también en los pasillos del hospital.

La Palabra de Dios que escuchan en la misa
es como un taller de reparación interior:
entran con el alma destrozada,
y Dios, poco a poco, va enderezando, limpiando, fortaleciendo.

Por eso les ruego:

  • Dejen que la Escritura os hable.
  • No la escuchen como algo “de otros tiempos”.
  • Hoy, aquí, en tu propia vida,
    esta Palabra es para ti.

Aunque estén llenos de cansancio, distracciones, preocupaciones...:
cada lectura, cada salmo, cada Evangelio
es una herramienta que Dios usa
para restaurar tu esperanza.

Si en este Jubileo de la esperanza que está terminando
no dejas que la Palabra te toque,
¿de dónde vas a sacar fuerzas?
  • Tú, que vives con el corazón en un puño,
  • tú, que te pasas el día con preocupaciones y agobios,
  • tú, que sientes soledad en tu vida…
entra en este taller, aunque sea con una frase muy pequeña:

“El Señor está cerca”.
“Él es mi pastor, nada me falta”.
“Ven, Señor Jesús”.

Repite esas palabras como quien aprieta fuerte una mano amiga.
Porque eso es: la mano de Dios sosteniéndote.



3. Dejen que empiecen las obras en la carretera del corazón



Yo he venido para esto:
para gritar:

“Preparen el camino del Señor” (Mt 3,3).

Tu corazón es como una carretera en obras.
Y en tu vida, esas obras se ven más:

  • baches de miedo,
  • curvas de impaciencia,
  • piedras de rencor,
  • túneles de tristeza.


No se asusten de las obras.
Asústense solo de esto:
dejarlo todo igual, sin cambiar nada.

La conversión no es solo para “gente mala”.
Es para todos:

  • para quien maldice todo,
  • para quien vive solo en la queja,
  • para quien  se ha endurecido por dentro,
  • para el creyente que viene a misa pero no deja que Dios toque nada.

Hoy se lo digo con cariño pero con fuerza:

No se conformen con palabras bonitas.
Mostren con gestos concretos
que el Señor está haciendo obras en su corazón”.

Aquí, en este instante, la conversión puede tener forma de:

  • un perdón pedido o concedido,
  • una reconciliación en la familia,
  • un “gracias” sincero a quien te cuida,
  • un “lo siento” por una dureza o una indiferencia,
  • un ratito de silencio entregado a Dios en lugar de tanto ruido interior.


Dejen que el Espíritu Santo sea el fuego que purifica,
no el fuego que destruye:

  • que queme el egoísmo,
  • que consuma la desesperanza,
  • que derrita la dureza del corazón.




Para terminar


Tú que estás leyendo o escuchando esta carta:

Eres un ser especial amado por Dios,
mirado con ternura,
llamado a la esperanza,
invitado a dejar que algo nuevo brote en ti.

Yo, Juan,
sigo gritando en sus desiertos, también en este hospital:

No perdáis la esperanza.
El Señor está cerca.
Él viene como un brote verde en medio del tronco seco.
Dejadle entrar en el taller de vuestro corazón.
Abrid la carretera para que pueda pasar”.

Que este segundo domingo de Adviento,
en medio de tu vida,
se convierta también en lugar de brotes verdes,
de corazones en obras
y de esperanza compartida.

Con voz fuerte y corazón amigo,

Juan, 
el que clama en el desierto
y hoy clama también en tu vida.

domingo, 30 de noviembre de 2025

Una invitación para ti




Escucha, tú que lees esto:

Comienza el Adviento.
No es un año más, no es rutina.
En medio de guerras, de miedos, de cansancio,
en medio de este Jubileo de la esperanza que se acerca a su fin,
Dios te habla a ti y te dice:
Despierta. Levántate. Yo vengo a tu encuentro”.



1. Sube a la montaña de la luz


Mira dentro de ti y mira el mundo:
tanta violencia, tanta división, tantas palabras que hieren…
Parece que la humanidad afila espadas y fabrica muros.

Y hoy el Señor te señala una montaña de luz
y te dice:

Ven. Sube.
Deja ya de fabricar armas en tu corazón.
Convierte tus espadas en arados,
tus reproches en diálogo,
tu indiferencia en abrazo”.

Camina a la luz del Señor.
No te acostumbres a la oscuridad,
no digas “el mundo es así y no hay nada que hacer”.

Tú puedes ser un pequeño taller de paz,
un lugar donde las palabras no matan, sino que curan,
donde las miradas no condenan, sino que levantan.



2. Deja que suene el despertador de Dios


Hoy Dios te sacude suavemente el hombro y te dice:

Ya es hora de despertarte del sueño.
La noche está avanzada, el día se acerca”.

Despierta de ese sueño que te hace vivir en piloto automático,
que te encierra en tus pantallas, en tus prisas, en tus rutinas.

Quítate el “pijama” del

yo soy así”,
no puedo cambiar”,
es lo que hay”.

Y vístete de Cristo:

  • de su paciencia,
  • de su ternura,
  • de su mirada limpia,
  • de su corazón que nunca se cansa de esperar.


Cada mañana, al abrir los ojos, atrévete a decir:

Jesús, hoy quiero vestirme de Ti.
Hoy no quiero vivir dormido;
hoy quiero vivir contigo, despierto, en esperanza”.



3. Prepárate para una visita sorpresa


El Señor viene.
No avisa con un mensaje al móvil,
no aparece en la agenda con una hora concreta.

Viene en lo cotidiano:

  • en la persona que te cuesta soportar,
  • en el pobre que esquivas,
  • en el familiar que necesita tu perdón,
  • en esa situación que no entiendes pero que te invita a confiar.


Hoy Jesús te dice:

Estate en vela.
No vivas con los brazos cruzados.
Ten el corazón en modo ‘acogida’”.

Como quien espera una visita muy querida:
ordena la casa de tu alma,
barre el resentimiento,
abre ventanas a la esperanza,
enciende la luz de la fe.



4. Deja que la esperanza deje huella en ti


Este Jubileo de la esperanza no es un cartel bonito ni un lema vacío.
Es una llamada directa a tu corazón:

¿Dónde está puesta tu esperanza de verdad?

No la pongas en el dinero,
ni en la apariencia,
ni en que pase todo y se arregle solo.

Ponla en Cristo,
que viene, que está, que vendrá.

Deja que este tiempo deje marcas en tu vida:

  • un perdón que por fin te decides a dar,
  • una reconciliación largamente aplazada,
  • un paso real hacia los pobres y los solos,
  • un ratito fiel de oración, aunque sea pequeño.

No salgas igual de este Jubileo.
No cierres la puerta justo cuando Dios la está empujando para entrar.



5. Acepta tres pequeños desafíos


En este inicio de Adviento, la voz de Dios te susurra tres invitaciones:

  1. Camina en su luz
    • Regálate un momento semanal para escuchar su Palabra:
      la misa del domingo vivida de verdad,
      o unos minutos con el Evangelio del día en silencio.
  2. Despierta del sueño
    • Renuncia a algo que te adormece:
      tanta pantalla, tanta queja, tanta noticia que solo te envenena.
    • Llena ese espacio con un gesto de amor:
      una ayuda en casa, una llamada, una visita a alguien que está solo.
  3. Vela con el corazón abierto
    • Cada noche pregúntate:
      ¿Por dónde ha pasado hoy Jesús en mi día?
    • Y da gracias por al menos dos signos de su presencia.




6. Enciende tu pequeña llama


Ahora comienza el Adviento.
El mundo sigue oscuro,
pero hoy, aquí, ahora,
el Señor te entrega una pequeña llama
y te dice:

Enciende.
No guardes esta luz solo para ti.
Sé esperanza donde otros solo ven miedo.
Sé paz donde otros solo sienten rabia.
Sé ternura donde otros solo reciben dureza”.

Tú, sí, tú:
no eres poca cosa en las manos de Dios.
Eres capaz, con Él, de hacer el mundo un poco menos frío,
un poco menos oscuro.

Abre tu corazón.
Déjate despertar.
Ponte en camino.

¡Comienza el Adviento en la Iglesia…
y hoy comienza también el Adviento en tu corazón!

domingo, 23 de noviembre de 2025

Carta de Cristo Rey

     


 

    Hijo amado: 


    Mientras lees estas líneas, la liturgia de mi Iglesia te presenta aquel momento en que estoy clavado en la cruz, entre dos malhechores (cf. Lc 23,35-43). Muchos me miran y se burlan:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo…»
No saben que, precisamente porque no me salvo a mí mismo, estoy salvándolos a todos.

    Desde la cruz, también te miro a ti.

    No te miro desde un trono de oro, sino desde la madera áspera, coronado de espinas y no de piedras preciosas. Mi realeza no se impone por la fuerza: se ofrece, se entrega. Yo reino no cuando domino, sino cuando me doy. Y en ese darme, pienso en todos los enfermos del cuerpo y del corazón, incluidos tú y los tuyos.



    Te contemplo desde la cruz


    Te veo cuando te sientes débil, limitado, confundido por el dolor físico que no comprendes, por diagnósticos que te pesan, por tratamientos que te agotan.
Te veo cuando, aun con el cuerpo sano, llevas el alma enferma: heridas antiguas que no cicatrizan, culpas que no te perdonas, pecados que te avergüenzan, miedos que te paralizan.

    Desde la cruz, no te hablo como un Rey lejano, sino como alguien que ha pasado por el sufrimiento en primera persona. Mi cuerpo está atravesado de clavos, mi respiración es difícil, mi boca tiene sed. No estoy “por encima” del dolor: lo he tomado sobre mí para estar dentro de tu dolor.

    Mientras los poderosos se ríen de mí, en mi corazón resuena tu propia pregunta:
¿Dónde estás, Señor, cuando sufro así?
Y desde la cruz te respondo:
Estoy aquí, contigo. Tan cerca, que tu sufrimiento toca mis llagas.



    Los dos ladrones y tú


    A mi lado hay dos hombres. Los dos están sufriendo, pero no viven el sufrimiento del mismo modo.

    Uno me insulta y me lanza su reproche:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros.»
Este corazón herido no confía, sólo exige. Quiere una solución rápida, no una relación. No mira mis ojos, sólo mira los clavos y espera que yo desaparezca de la cruz.

    El otro reconoce su propia miseria. No niega su culpa, no maquilla su historia. Sabe que ha fallado, y sin embargo se atreve a levantar su rostro hacia mí:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.»
No pide bajarse de la cruz. No reclama un milagro espectacular. Pide algo más profundo: ser recordado por mí, entrar en mi vida, en mi Reino.

    En estos dos hombres también estás tú. En tu corazón conviven esas dos voces:
– La que se rebela: “Si Dios me amara, no permitiría esto.
– Y la que, aun en la noche, se atreve a decir: “Jesús, acuérdate de mí.

    Cada vez que tu corazón pronuncia esta última oración, aunque sea en un susurro, yo te respondo con la misma promesa que al ladrón arrepentido:
«Hoy estarás conmigo en el Paraíso.»
Quizá no cambien de golpe todas tus circunstancias externas, pero algo decisivo comienza: entras en mi compañía, y allí donde estoy Yo, comienza ya el Paraíso, incluso en medio del hospital, de la soledad, de la depresión, del fracaso.



    Tu enfermedad en mis llagas


    Cuando recorría los caminos de Galilea y Judea, muchos enfermos se acercaban: ciegos, cojos, leprosos, paralíticos, endemoniados, corazones rotos. Yo imponía mis manos, pronunciaba una palabra, y el cuerpo volvía a la salud. Esos milagros no fueron sólo gestos de poder; eran señales de lo que ahora sucede en la cruz.

    En la cruz, mis manos ya no se extienden libres: están clavadas. Pero precisamente esas manos traspasadas siguen siendo manos que sanan. Desde ellas se derrama una gracia más profunda: no sólo curo cuerpos, sino que ofrezco salvación al hombre entero.

  • A los enfermos del cuerpo, les digo:
    Tu dolor no es absurdo. Unido al mío, puede convertirse en fuente de gracia para ti y para otros. No eres sólo ‘el que sufre’, eres mi compañero de cruz, mi cireneo íntimo. Yo no te abandono en la camilla, en la cama, en el quirófano. Estoy ahí, respirando contigo, sosteniendo tu esperanza cuando la tuya se agota.
     
  • A los enfermos del alma, les digo:
    Tus culpas, tus caídas, tus adicciones, tus resentimientos, tu frío interior… todo eso lo he cargado yo también. No te escondas de mí. No te avergüences ante mí. Mis llagas son la puerta por la que tu miseria se convierte en misericordia. Ven a mí en la confesión, entrégame lo que te duele reconocer, y escucharás de nuevo, muy concretamente: ‘Tus pecados quedan perdonados. Levántate y anda’.”



    Cómo te sigo sanando hoy


    Aunque ya no camino visiblemente por tus calles, sigo tocando y sanando a través de mi Iglesia, de los sacramentos, de las personas que te rodean.

  • En la Eucaristía, te doy mi Cuerpo entregado y mi Sangre derramada. Cuando comulgas, el Rey crucificado entra en tu pobreza y comienza una lenta pero real sanación interior: sana tu visión de ti mismo, tu relación con el Padre, tu capacidad de amar.
     
  • En el sacramento de la Reconciliación, renuevo para ti la escena del buen ladrón. Te escucho, te perdono, te devuelvo la dignidad de hijo. No te acerques a la confesión como a un tribunal humano, sino como a un encuentro en el que te digo: “Hoy empiezas de nuevo conmigo.
     
  • En la Unción de los enfermos, me inclino de modo muy especial sobre tu fragilidad física. No es un “último rito” para el que ya no tiene esperanza; es mi mano que te toca cuando más lo necesitas, para fortalecer tu fe, consolar tu corazón, y a veces, si conviene, también sanar tu cuerpo.
     
  • En cada gesto de cuidado y ternura, en cada médico, enfermera, familiar o amigo que se inclina sobre ti con amor, ahí estoy yo. No sólo actúo con milagros extraordinarios; también sanando a través de la ciencia, de la escucha, de la paciencia, de la compañía.




    Reinar desde tu propia cruz


    Hoy celebran mi fiesta como Rey. Pero quiero que entiendas bien:
Yo no te prometo un reino sin heridas, sino un Reino donde las heridas, unidas a las mías, dejan de tener la última palabra.

    No te pido que niegues tu dolor ni que finjas fortaleza. Te pido que me dejes entrar en él. Que, como el buen ladrón, te atrevas a decirme en tu lenguaje sencillo:
Jesús, acuérdate de mí. Mira mi enfermedad, mi pecado, mi historia. No tengo mucho que ofrecerte, pero te doy esto tal como es.

    Si lo haces, comenzarás a reinar conmigo:

  • Reinas cuando, aun sufriendo, eliges confiar.
  • Reinas cuando perdonas a quien te ha herido.
  • Reinas cuando, desde tu cama, ofreces tu dolor por otros, por la conversión de los pecadores, por la paz de los que viven angustiados.
  • Reinas cuando permites que yo sane tus heridas más profundas, aunque nadie más las vea.

    Mi Reino no consiste en que nunca enfermes ni en que nunca llores, sino en que nunca estés solo en tu enfermedad ni en tus lágrimas.



    Mi última palabra para ti hoy


    Mientras la gente al pie de la cruz discute, critica o se burla, mi corazón está atento a una sola cosa: que ninguno de mis hijos se pierda. Y eso te incluye a ti, tal como estás ahora.

    Déjame decirte al oído, en este día de Cristo Rey:

    No temas tu fragilidad: la he tomado sobre mí.
No temas tu pecado: mi misericordia es más grande.
No temas tu futuro: ya te lo estoy preparando conmigo.

    Permíteme reinar en tu vida no quitándote la cruz, sino caminando contigo bajo su peso, hasta que un día, cara a cara, escuches sin sombras lo que hoy te digo en la fe:

    «Hoy estarás conmigo en el Paraíso.»

             Con amor eterno,

             Jesús, tu Rey crucificado y sanador

domingo, 9 de noviembre de 2025

Plegaria personal por la sanación

 

Por tercer curso consecutivo, seguimos ofreciendo este espacio de “Plegaria personal por la sanación”. La respuesta positiva de años anteriores nos hace conscientes de la necesidad de este servicio de oración. Son los segundos miércoles de mes de 5 a 7 de la tarde.

Las personas interesadas mantienen un diálogo con el sacerdote acerca de aquella situación de la vida que necesita ser sanada para concluir con una plegaria personalizada.

En el cartel aparecen las fechas, segundos miércoles de mes desde este mes de noviembre para concluir en junio.

Puedes unirte si lo necesitas o recomendarlo a quien creas necesita esta plegaria personal por la sanación. Gracias.

domingo, 28 de septiembre de 2025

Encuentro familiar el 11 de octubre ¡Resérvalo ya para ti!


 

    

Este año 2025, el 11 de octubre, Aniversario, coincide con sábado, primera vez para mí como Rector de la Capilla de Adoración con esta circunstancia.

    Al ser fin de semana y comprender que cada uno pueda tener sus propios compromisos familiares o de otro tipo, tras consultarlo con varios de ustedes, miembros de la Capilla de Adoración, ofrecemos un horario sencillo y perfectamente compatible con los compromisos familiares del fin de semana.

    Por tanto, te animo a que apuntes ya esta fecha del 11 de octubre por la mañana y la priorices por encima de todo. Ya sabemos que este día es esa cita anual para cuantos nos sentimos miembros vivos de esta familia eucarística. Un encuentro al que no puedes faltar, un momento único para gozar.

    En el cartel tienes toda la información. Comenzaremos a las diez de la mañana con laúdes, seguirá tiempo personal de silencio para la adoración, bendición, reserva y concluimos con la Eucaristía a la una del mediodía, celebración especial de acción de gracias, y también válida ya para el fin de semana.

    Difúndelo, preséntalo al Señor en la oración para que sea un momento de gracia y por supuesto PARTICIPA. Un abrazo agradecido y fraterno.

viernes, 30 de mayo de 2025

Oración a la Virgen del Pino en su bajada

 

Oración a Nuestra Señora del Pino

en el Año Jubilar 2025

 



Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra,

bajo tu advocación de Nuestra Señora del Pino,

te acogemos hoy con amor filial,

en esta bajada desde tu bendita basílica en Teror,

camino de esperanza en este Año Jubilar 2025.

 

Tú, que fuiste morada del Espíritu Santo,

guía ahora nuestros pasos

por los senderos de Gran Canaria,

desde las cumbres de pinos y barrancos,

hasta los llanos y costas donde vive tu pueblo.

 

Te pones en camino, Madre,

a la Catedral de Santa Ana,

centro de nuestra Diócesis,

te acercas a Telde para acogerte

en el templo parroquial de San Gregorio

y permanecer en la basílica de San Juan en Telde,

visitas también el templo de San Rafael en Vecindario.

 

Traes contigo la luz de Cristo

a cada rincón, a cada hogar, a cada corazón.

María, misionera del Padre,

enséñanos a caminar con esperanza,

a abrir las puertas de nuestras vidas

al Evangelio de Jesús,

para que, llenos del Espíritu Santo,

seamos apóstoles y misioneros,

testigos valientes del amor de Dios,

                        portadores de paz, de justicia y de reconciliación.


Intercede por cuantos peregrinan contigo,

por los que creen y por los que buscan,

por los que dudan y por los que sufren.

Concede a tu Iglesia que peregrina en Canarias,

un nuevo Pentecostés,

la gracia de ser una comunidad viva,

alegre, acogedora y misericordiosa,

para que, al final de este peregrinar,

nos encontremos todos unidos en Cristo,

fuente de la verdadera Vida.

 

Nuestra Señora del Pino,

patrona de la Diócesis de Canarias,

derrama tu bendición maternal,

acompáñanos siempre,

ahora y en la eternidad

nos acogemos bajo tu manto

porque eres camino de esperanza. Amén