Dios Padre de misericordia y de toda consolación, te damos gracias por la vida entregada de tu siervo el Papa Francisco.
Gracias por haberlo suscitado como Pastor bueno y fiel,
testigo de tu ternura en medio de un mundo herido,
profeta valiente en tiempos de indiferencia.
Gracias por su corazón pobre y libre, por su palabra encarnada,
por su vida que nos habla del Evangelio con gestos antes que con discursos.
Te bendecimos por su incansable llamada a ser una Iglesia en salida,
cercana, samaritana, acogedora,
una Iglesia que toca la carne sufriente de Cristo en los descartados del mundo.
Perdón, Señor, por las veces que no supimos acoger su magisterio con docilidad,
por los miedos que nos encerraron en estructuras muertas,
por nuestras resistencias a la sinodalidad, a la fraternidad, a la reforma.
Perdónanos por no atrevernos a soñar la Iglesia que el Espíritu sopla,
por no convertirnos a esa alegría del Evangelio que él predicó con pasión.
Hoy, al devolverlo a tus manos de Padre,
te pedimos que su memoria inspire a tu Iglesia a seguir caminando. La comunidad eclesial sea Casa abierta para todos, todos, todos.
Envía tu Espíritu Santo para que aliente la llama de la esperanza en el corazón de cada ser humano, para que el sucesor que elijas para Pedro,
sea también pastor con olor a oveja,
constructor de puentes, sembrador de paz,
profeta de justicia y alegría para los pobres.
Que no dejemos caer en el olvido su sueño de una Iglesia pobre, madre y maestra,
que vive con sencillez, sirve con humildad y anuncia con alegría.
Señor de la historia,
haz de tu Iglesia un signo vivo de tu Reino,
y de Francisco, siervo bueno y fiel, por la intercesión de Santa María del Pueblo,
acógelo en tu Pascua eterna, en tu Casa con todos los santos,
donde vive para siempre el gozo del Evangelio.
Amén.