Oración a María Inmaculada
María Inmaculada,
llena de gracia y amada desde antes de la creación del mundo (Ef 1,4),
hoy te miramos como Madre, como hermana en la fe,
como signo vivo de lo que Dios sueña para cada uno de nosotros.
Tú eres la mujer en quien el mal no tiene entrada,
la enemiga de la serpiente (Gn 3,15),
la tierra limpia donde el Padre hace germinar a Jesús,
el Fruto bendito de tu vientre (Lc 1,42).
Cuando Adán y Eva se esconden por miedo y vergüenza (Gn 3,9-10),
tú te presentas ante Dios sencilla, disponible, confiando.
Enséñanos a no huir de Dios,
a no escondernos más tras excusas, pecados o heridas.
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28):
así te saluda el ángel,
y esa misma palabra hoy nos la dirige a nosotros.
María, ayúdanos a creer que la gracia es más fuerte que el pecado,
que Dios puede hacer cosas nuevas en nuestra historia
aunque nos sintamos pobres, cansados o rotos.
En este tiempo de Adviento,
tú que esperas a Jesús con un corazón vigilante,
enséñanos a esperar.
Que nuestra esperanza no sea un deseo vago,
sino una confianza firme en que Dios está actuando ahora,
en nuestra familia, en nuestra comunidad, en nuestra Iglesia.
Que no nos paralice el miedo,
porque también a nosotros Jesús nos dice: “No temas” ( Lc 1,30).
María Inmaculada,
en cada Eucaristía vemos cumplido tu “hágase” (Lc 1,38).
En el altar, el mismo Jesús que tú llevaste en tu seno
se nos entrega como Pan vivo, partido por amor.
Tú que lo acoges en tu corazón y en tu cuerpo,
enséñanos a acogerlo con fe cuando lo recibimos.
Que cada comunión nos vaya limpiando por dentro,
sanando nuestras hebras de egoísmo,
rompiendo cadenas de pecado y resignación.
Madre, intercede por nosotros:
que vivamos esta solemnidad de tu Inmaculada Concepción
como una llamada a empezar de nuevo,
a creer que estamos “destinados a ser santos e irreprochables por el amor” (Ef 1,4).
Que nuestra Capilla de Adoración
sea un lugar donde se note que la gracia tiene la última palabra.
Tú que dices “Aquí está la esclava del Señor” (Lc 1,38),
ayúdanos a decir hoy nuestro propio “aquí estoy”:
en el trabajo, en la vida de familia,
en la lucha por la justicia,
en el servicio a los que sufren,
en la vida de la Iglesia.
María Inmaculada,
Madre de la esperanza,
mientras caminamos hacia la Navidad,
míranos, acompáñanos, cuídanos.
Que, con tu mano sobre nuestra vida,
aprendamos a vivir de la gracia y no del miedo,
del Evangelio y no de las sombras,
de la Eucaristía y no de nuestras fuerzas.
Así podremos cantar, con todo el corazón,
como la liturgia de hoy:
“Canten al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas” (Sal 98).
Amén.

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Julio Roldán