Vivir desde la horizontalidad:
brazos extendidos a los hermanos,
amar a cada uno de ellos sin medida.
Situarme en el tiempo de hoy,
ser consciente del lugar donde existo,
abrazar el dolor de quienes sufren.
Vivir desde la verticalidad:
con los pies en la tierra
y la mirada hacia lo alto,
anhelando lo infinito y trascendente.
Arraigado en la tierra, en lo concreto,
recorrer el camino
de la auténtica espiritualidad de lo cotidiano.
Discernir con sabiduría
las cruces de Dios y las mías propias,
fruto de rutinas o costumbres,
liberarme de lo no divino,
y quedarme con lo esencial.
Ser cirineo,
acompañar y mantenerme cerca
al pie de la cruz
de los condenados injustamente hoy.
Sentir el poder transformador
de las pruebas dolorosas de la existencia.
No esquivar la dificultad ni lo adverso.
Tampoco olvidar nunca el gozo de vivir
y disfrutarlo con quienes están cerca de mí
Buscar el equilibrio.
Combinar humanidad y divinidad.
Ser cruz, y llegar hasta
ese horizonte pleno: la Luz.
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Julio Roldán