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miércoles, 2 de marzo de 2022

Mensaje del Papa - Cuaresma 2022

                               


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

PARA LA CUARESMA 2022

«No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo.

Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a)

 

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado. Para nuestro camino cuaresmal de 2022 nos hará bien reflexionar sobre la exhortación de san Pablo a los gálatas: «No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad (kairós), hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a).

1. Siembra y cosecha

En este pasaje el Apóstol evoca la imagen de la siembra y la cosecha, que a Jesús tanto le gustaba (cf. Mt 13). San Pablo nos habla de un kairós, un tiempo propicio para sembrar el bien con vistas a la cosecha. ¿Qué es para nosotros este tiempo favorable? Ciertamente, la Cuaresma es un tiempo favorable, pero también lo es toda nuestra existencia terrena, de la cual la Cuaresma es de alguna manera una imagen [1]. Con demasiada frecuencia prevalecen en nuestra vida la avidez y la soberbia, el deseo de tener, de acumular y de consumir, como muestra la parábola evangélica del hombre necio, que consideraba que su vida era segura y feliz porque había acumulado una gran cosecha en sus graneros (cf. Lc 12,16-21). La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de mentalidad, para que la verdad y la belleza de nuestra vida no radiquen tanto en el poseer cuanto en el dar, no estén tanto en el acumular cuanto en sembrar el bien y compartir.

El primer agricultor es Dios mismo, que generosamente «sigue derramando en la humanidad semillas de bien» (Carta enc. Fratelli tutti, 54). Durante la Cuaresma estamos llamados a responder al don de Dios acogiendo su Palabra «viva y eficaz» (Hb 4,12). La escucha asidua de la Palabra de Dios nos hace madurar una docilidad que nos dispone a acoger su obra en nosotros (cf. St 1,21), que hace fecunda nuestra vida. Si esto ya es un motivo de alegría, aún más grande es la llamada a ser «colaboradores de Dios» (1 Co 3,9), utilizando bien el tiempo presente (cf. Ef 5,16) para sembrar también nosotros obrando el bien. Esta llamada a sembrar el bien no tenemos que verla como un peso, sino como una gracia con la que el Creador quiere que estemos activamente unidos a su magnanimidad fecunda.

¿Y la cosecha? ¿Acaso la siembra no se hace toda con vistas a la cosecha? Claro que sí. El vínculo estrecho entre la siembra y la cosecha lo corrobora el propio san Pablo cuando afirma: «A sembrador mezquino, cosecha mezquina; a sembrador generoso, cosecha generosa» (2 Co 9,6). Pero, ¿de qué cosecha se trata? Un primer fruto del bien que sembramos lo tenemos en nosotros mismos y en nuestras relaciones cotidianas, incluso en los más pequeños gestos de bondad. En Dios no se pierde ningún acto de amor, por más pequeño que sea, no se pierde ningún «cansancio generoso» (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 279). Al igual que el árbol se conoce por sus frutos (cf. Mt 7,16.20), una vida llena de obras buenas es luminosa (cf. Mt 5,14-16) y lleva el perfume de Cristo al mundo (cf. 2 Co 2,15). Servir a Dios, liberados del pecado, hace madurar frutos de santificación para la salvación de todos (cf. Rm 6,22).

En realidad, sólo vemos una pequeña parte del fruto de lo que sembramos, ya que según el proverbio evangélico «uno siembra y otro cosecha» (Jn 4,37). Precisamente sembrando para el bien de los demás participamos en la magnanimidad de Dios: «Una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos cuyos frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra» (Carta enc. Fratelli tutti, 196). Sembrar el bien para los demás nos libera de las estrechas lógicas del beneficio personal y da a nuestras acciones el amplio alcance de la gratuidad, introduciéndonos en el maravilloso horizonte de los benévolos designios de Dios.

La Palabra de Dios ensancha y eleva aún más nuestra mirada, nos anuncia que la siega más verdadera es la escatológica, la del último día, el día sin ocaso. El fruto completo de nuestra vida y nuestras acciones es el «fruto para la vida eterna» (Jn 4,36), que será nuestro «tesoro en el cielo» (Lc 18,22; cf. 12,33). El propio Jesús usa la imagen de la semilla que muere al caer en la tierra y que da fruto para expresar el misterio de su muerte y resurrección (cf. Jn 12,24); y san Pablo la retoma para hablar de la resurrección de nuestro cuerpo: «Se siembra lo corruptible y resucita incorruptible; se siembra lo deshonroso y resucita glorioso; se siembra lo débil y resucita lleno de fortaleza; en fin, se siembra un cuerpo material y resucita un cuerpo espiritual» (1 Co 15,42-44). Esta esperanza es la gran luz que Cristo resucitado trae al mundo: «Si lo que esperamos de Cristo se reduce sólo a esta vida, somos los más desdichados de todos los seres humanos. Lo cierto es que Cristo ha resucitado de entre los muertos como fruto primero de los que murieron» (1 Co 15,19-20), para que aquellos que están íntimamente unidos a Él en el amor, en una muerte como la suya (cf. Rm 6,5), estemos también unidos a su resurrección para la vida eterna (cf. Jn 5,29). «Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre» (Mt 13,43).

2. «No nos cansemos de hacer el bien»

La resurrección de Cristo anima las esperanzas terrenas con la «gran esperanza» de la vida eterna e introduce ya en el tiempo presente la semilla de la salvación (cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 3; 7). Frente a la amarga desilusión por tantos sueños rotos, frente a la preocupación por los retos que nos conciernen, frente al desaliento por la pobreza de nuestros medios, tenemos la tentación de encerrarnos en el propio egoísmo individualista y refugiarnos en la indiferencia ante el sufrimiento de los demás. Efectivamente, incluso los mejores recursos son limitados, «los jóvenes se cansan y se fatigan, los muchachos tropiezan y caen» (Is 40,30). Sin embargo, Dios «da fuerzas a quien está cansado, acrecienta el vigor del que está exhausto. […] Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, vuelan como las águilas; corren y no se fatigan, caminan y no se cansan» (Is 40,29.31). La Cuaresma nos llama a poner nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor (cf. 1 P 1,21), porque sólo con los ojos fijos en Cristo resucitado (cf. Hb 12,2) podemos acoger la exhortación del Apóstol: «No nos cansemos de hacer el bien» (Ga 6,9).

No nos cansemos de orar. Jesús nos ha enseñado que es necesario «orar siempre sin desanimarse» ( Lc 18,1). Necesitamos orar porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros mismos es una ilusión peligrosa. Con la pandemia hemos palpado nuestra fragilidad personal y social. Que la Cuaresma nos permita ahora experimentar el consuelo de la fe en Dios, sin el cual no podemos tener estabilidad (cf. Is 7,9). Nadie se salva solo, porque estamos todos en la misma barca en medio de las tempestades de la historia [2]; pero, sobre todo, nadie se salva sin Dios, porque sólo el misterio pascual de Jesucristo nos concede vencer las oscuras aguas de la muerte. La fe no nos exime de las tribulaciones de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios en Cristo, con la gran esperanza que no defrauda y cuya prenda es el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo (cf. Rm 5,1-5).

No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Que el ayuno corporal que la Iglesia nos pide en Cuaresma fortalezca nuestro espíritu para la lucha contra el pecado. No nos cansemos de pedir perdón en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, sabiendo que Dios nunca se cansa de perdonar [3].  No nos cansemos de luchar contra la concupiscencia, esa fragilidad que nos impulsa hacia el egoísmo y a toda clase de mal, y que a lo largo de los siglos ha encontrado modos distintos para hundir al hombre en el pecado (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 166). Uno de estos modos es el riesgo de dependencia de los medios de comunicación digitales, que empobrece las relaciones humanas. La Cuaresma es un tiempo propicio para contrarrestar estas insidias y cultivar, en cambio, una comunicación humana más integral (cf. ibíd., 43) hecha de «encuentros reales» ( ibíd., 50), cara a cara.

No nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo. Durante esta Cuaresma practiquemos la limosna, dando con alegría (cf. 2 Co 9,7). Dios, «quien provee semilla al sembrador y pan para comer» (2 Co 9,10), nos proporciona a cada uno no sólo lo que necesitamos para subsistir, sino también para que podamos ser generosos en el hacer el bien a los demás. Si es verdad que toda nuestra vida es un tiempo para sembrar el bien, aprovechemos especialmente esta Cuaresma para cuidar a quienes tenemos cerca, para hacernos prójimos de aquellos hermanos y hermanas que están heridos en el camino de la vida (cf. Lc 10,25-37). La Cuaresma es un tiempo propicio para buscar —y no evitar— a quien está necesitado; para llamar —y no ignorar— a quien desea ser escuchado y recibir una buena palabra; para visitar —y no abandonar— a quien sufre la soledad. Pongamos en práctica el llamado a hacer el bien a todos, tomándonos tiempo para amar a los más pequeños e indefensos, a los abandonados y despreciados, a quienes son discriminados y marginados (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 193).

3. «Si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos»

La Cuaresma nos recuerda cada año que «el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día» (ibíd., 11). Por tanto, pidamos a Dios la paciente constancia del agricultor (cf. St 5,7) para no desistir en hacer el bien, un paso tras otro. Quien caiga tienda la mano al Padre, que siempre nos vuelve a levantar. Quien se encuentre perdido, engañado por las seducciones del maligno, que no tarde en volver a Él, que «es rico en perdón» (Is 55,7). En este tiempo de conversión, apoyándonos en la gracia de Dios y en la comunión de la Iglesia, no nos cansemos de sembrar el bien. El ayuno prepara el terreno, la oración riega, la caridad fecunda. Tenemos la certeza en la fe de que «si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos» y de que, con el don de la perseverancia, alcanzaremos los bienes prometidos (cf. Hb 10,36) para nuestra salvación y la de los demás (cf. 1 Tm 4,16). Practicando el amor fraterno con todos nos unimos a Cristo, que dio su vida por nosotros (cf. 2 Co 5,14-15), y empezamos a saborear la alegría del Reino de los cielos, cuando Dios será «todo en todos» (1 Co 15,28).

Que la Virgen María, en cuyo seno brotó el Salvador y que «conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19) nos obtenga el don de la paciencia y permanezca a nuestro lado con su presencia maternal, para que este tiempo de conversión dé frutos de salvación eterna.

Roma, San Juan de Letrán, 11 de noviembre de 2021, Memoria de san Martín de Tours, obispo.

 

FRANCISCO


 


[1] Cf. S. Agustín, Sermo, 243, 9,8; 270, 3; Enarrationes in Psalmos, 110, 1.

[2] Cf. Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27 de marzo de 2020).

[3] Cf. Ángelus del 17 de marzo de 2013.

jueves, 3 de febrero de 2022

Homilía fiesta San Blas 3 febrero 2022

 En comunión con la Iglesia y el mundo actual, en este momento de Sínodo y pandemia, simplemente quisiera predicar en este día sobre tres elementos básicos del cuerpo humano.

 - Ojos abiertos

En primer lugar: unos ojos abiertos, una mirada atenta. San Blas tuvo esa mirada atenta a los demás, primero como médico, para saber qué necesitaban, luego a los fieles cristianos en medio de la persecución romana. Mirada atenta a Dios por quien entrega la vida. Unos ojos abiertos permiten el encuentro con las personas, nadie pasa desapercibido.

Jesús no tenía prisa, no miraba el reloj para terminar rápido el encuentro. Qué bueno que miremos menos el reloj y miremos más a las personas. Así como Jesús, podemos estar al servicio de cada persona con quien nos encontramos, para escucharla.

Tú yo hoy estamos llamados a ser expertos en el arte del encuentro. en tomarnos tiempo para estar con el Señor y favorecer el encuentro entre nosotros.

- Oídos atentos

Oídos atentos para escuchar. Oímos mucho pero escuchamos menos. Quizá ese detalle de tener dos oídos y una boca debería ayudarnos a ser conscientes de la llamada a hablar menos y escuchar más.

¿Sabes lo importante que es escuchar con el corazón? Cuando escuchamos así. con el corazón, sucede que quien tenemos delante se siente acogido, no juzgado, libre para contar su propia experiencia de vida y su propio camino espiritual. Permitimos a las personas que se expresen, que caminen en la fe aun cuando tengan recorridos de vida difíciles, que contribuyan a la vida de la comunidad sin que se les pongan trabas, sin que sean rechazadas o juzgadas.

Hoy en este día de San Blas, el Espíritu nos pide que nos pongamos a la escucha de las preguntas, de los afanes, de las esperanzas de cada Iglesia, de cada pueblo y nación. Y también a la escucha del mundo, de los desafíos y los cambios que nos pone delante. No insonoricemos el corazón, no nos blindemos dentro de nuestras certezas. Las certezas tantas veces nos cierran. Escuchémonos.

- Pies en camino

Los pies nos ayudan a caminar, a avanzar. Una vez que hemos tenido esa mirada atenta para el encuentro, hemos escuchado con oídos atentos, llega el momento de elegir los caminos a recorrer, o con otra palabra discernir lo que debo hacer para estar en consonancia con lo que Dios quiere de mí.

Aunque para muchas personas les cueste entender esto, puedo afirmar que: quienes formamos parte de la Iglesia estamos viviendo un acontecimiento de gracia, un proceso de sanación guiado por el Espíritu. Recibimos una llamada a avanzar, a caminar, a vaciarnos, a liberarnos de lo que es mundano, y también de nuestras cerrazones y de nuestros modelos pastorales repetitivos; a interrogarnos sobre lo que Dios nos quiere decir en este tiempo y en qué dirección quiere orientarnos.

En San Blas, encontramos esa mirada atenta a Dios y a las personas, esa escucha atenta a quien tiene a su frente, ese discernimiento que le hace ver que Dios es tan importante para él, que no puede renegar de su fe.

- Ojos, oídos y pies para adorar al Señor

Hoy día, la Ermita de San Blas, es desde hace casi 20 años, Capilla de Adoración eucarística. Lugar privilegiado donde Jesús Eucaristía te mira y tú le miras, donde desde el silencio puedes escucharlo para luego poder escuchar a los demás, un espacio para el discernimiento, para saber qué orientación han de tener tus pasos en el futuro, desde la respuesta valiente a lo que el Señor quiere de ti.

En este día, el Señor quiere tocar corazones por intercesión de San Blas, quizá ya lo esté haciendo con el tuyo. Jesús Eucaristía busca adoradores con mirada atenta, oídos abiertos, pies de caminantes que avanzan hacia adelante apoyados en la fuerza del Espíritu Santo.

 - Conclusión a la luz de la Palabra

Las lecturas de hoy para este día de San Blas, nos recuerdan que para tener esa mirada de Dios, esa escucha evangélica y esas huellas peregrinas hacia la Casa del Padre es preciso morir a nosotros mismos, ser como el grano de trigo que muere para dar fruto abundante. Así, seremos conscientes que amar a Dios supone amar a los hermanos. Por eso, en sus manos ponemos nuestro interior para ser revitalizado y sanado en plenitud.

Concluyo: ojos, oídos, pies. Ojos para una mirada atenta, para el encuentro, oídos para la escucha, pasos para avanzar en el discernimiento. La intercesión de San Blas, nos haga contemplar, escuchar y discernir lo que Jesús nos manifiesta en la Eucaristía, alimento imprescindible, con alto contenido vitamínico, la mejor vacuna contra el virus del egoísmo. Salud plena para nosotros y nuestras familias.

  Aquí me tienes, tú que me lees ahora, con mis ojos abiertos para el encuentro contigo, mis oídos atentos para escucharte, mis pies para avanzar juntos en la senda del Evangelio. Felicidades y mis mejores deseos de corazón.

 

viernes, 28 de enero de 2022

Comunicado ante la próxima fiesta de San Blas

    El próximo jueves 3 de febrero será la tradicional fiesta de San Blas. Ante esta fecha, los sacerdotes de la Parroquia de Santo Domingo y Ermita de San Blas, en Las Palmas de Gran Canaria, sentimos comunicar que, debido a las circunstancias actuales de la pandemia, se suspende la entrega del hilo de San Blas”. Nos importa ante todo la salud y la seguridad de todas las personas.

    Garantizamos el total y estricto cumplimiento de la normativa actual: gel ,mascarillas, distancia, limitación de aforo.

     La única misa en la ermita de San Blas será a las 7 de la mañana. Las demás se celebrarán a lo largo del día hasta las 8 de la tarde en Santo Domingo. Todo ello cuenta con espacios suficientes de tiempo para la desinfección y limpieza del templo. El aforo será limitado.

    Invitamos a continuar una iniciativa comenzada el año pasado con buena respuesta. Animamos a cuantas personas lo deseen,  llevar escritas sus intenciones particulares en un pequeño papel para colocar junto a la imagen de San Blas. Todo lo depositado, se tendrá presente para ofrecerlo en las misas de los siguientes días. Para quien no se acerque, por cualquier motivo, pueden enviar por correo electrónico sus peticiones a la siguiente dirección: sanblas@capilladeadoracion.com.

    Los sacerdotes de Santo Domingo y San Blas nos unimos en oración por todas las personas afectadas por esta pandemia 

    La Capilla de Adoración eucarística, en la Ermita de San Blas, abre de lunes a viernes laborables. Su silencio y ambiente de respeto atrae a diario a numerosas personas de toda condición social, cultural y religiosa.

     Por nuestra parte, los sacerdotes de la Parroquia de Santo Domingo y Ermita de San Blas, en Las Palmas de Gran Canaria, quedamos a su completa disposición.

     Un abrazo fraterno y agradecido con deseos de salud para todas las personas

José Domínguez - Párroco de Santo Domingo

Julio Roldán - Rector de la Ermita de San Blas

                                                                                       Las Palmas de Gran Canaria 28  de enero de 2022

 

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Horarios de eucaristías:

En San Blas 7 mañana. En Santo Domingo por la mañana: 9,11 y 1. Por la tarde 4,6 y 8.

 Apertura de la ermita de San Blas:

Permanecerá abierta cuando no hay eucaristía en Santo Domingo.

Es decir se podrá visitar desde las 7 hasta las 9 de la mañana. Luego, por periodos de una hora a las 10 y a las 12 .Por la tarde, a las 5 y 7. 

domingo, 9 de enero de 2022

¿Conoces la fecha de tu bautismo?


 Cuando iba a ser ordenado diácono, es decir el paso previo al presbiterado, a la ordenación sacerdotal, tras la formación en el seminario, dentro de la documentación a presentar estaba la partida de bautismo. Desde entonces me aprendí muy bien cuál era la fecha de mi incorporación a la Iglesia: el 22 de marzo, tres días después de mi nacimiento. Esa fecha no la olvido ni la voy a olvidar nunca. 

Hoy, en este domingo del bautismo del Señor, en que recordamos el inicio de su vida pública, un buen compromiso, sencillo para cualquiera, es recordar o saber cuál es el día del propio bautismo. Igual que sabemos cuándo nacimos y celebramos nuestro cumpleaños, es bueno saber cuándo hemos nacido a la vida de la fe, a la vida de la Iglesia y poderlo celebrar o recordar cada año. 

 Doy gracias al Señor, por el don de la fe recibida en mi familia. Luego ya personalizada, crecida y madurada a través del sacramento de la confirmación por supuesto, y posteriormente en el sacramento del orden sacerdotal, servicio y ministerio ejercido actualmente en la Iglesia.

 Somos bautizados y, por lo tanto llamados a ser cristianos. Recordemos que no todo bautizado es cristiano. Lo es quien decide seguir a Jesús. El resumen de todo esto se condensa en que deseamos que Jesucristo sea nuestro modelo de vida. Ojalá que quien nos conozca pudiera decir de nosotros que nos parecemos a Él. 

 Este día también buen momento para dar gracias a Dios, recordar y pedir por quienes fueron nuestros padrinos de bautismo. Por mi parte, mi abuelo paterno Julio y mi abuela materna Isabel. Ellos desde el cielo intercederán por mí. Asimismo, oportunidad ideal también para quien es padrino de algún niño, joven, o adulto. Recordarles  su compromiso de acompañar espiritualmente a esa persona porque la tarea del padrino o madrina no es para cuando falten los padres sino a la vez que ellos viven. Es un acompañamiento integral a realizar con frecuencia y en numerosas ocasiones.

 Otra tarea en esta fecha litúrgica hacemos confesión de nuestra fe en la Iglesia. Doy gracias al Señor por formar parte de la Iglesia, santa y pecadora. Esta comunidad eclesial de Canarias donde el Señor me ha puesto para ejercer mi tarea sacerdotal. Profeso las verdades doctrinales de la Iglesia, pero también sueño con una Iglesia diferente, sé que es posible otra Iglesia. Creer en ella, no quiere decir ser borreguitos, sino tener también sentido crítico. 

 Algo elemental a revisar es el discernimiento acerca del sacramento del bautismo. Me cuestiona y me preocupa mucho que la pastoral de la Iglesia en muchas ocasiones sea sacramental y no evangelizadora. 

 Admiro países como Francia, definido a sí mismo como un país laical, donde aumentan los bautismos de adultos. El futuro va por ahí. En medio de la sociedad actual, surgirán cada vez más adultos que pidan ser bautizados. ¡Genial, magnífico, por ellos soy capaz de dar la vida y lo mejor de mí mismo! 

 Cuando alguien, ni niño ni adolescente, pide ser incorporado a la Iglesia por el bautismo, ahí está expresando su compromiso de vivir al estilo de Jesús de Nazaret. Requiere todo nuestro apoyo al máximo. 

 Con todos los defectos de la Iglesia y todo aquello mejorable, le doy gracias al Señor por el don de la fe, las personas puestas en mi camino para seguir creciendo, mis formadores del seminario y tantos hombres y mujeres creyentes de buena voluntad de ayer y de hoy.

 Por mi parte, para huir de la queja y el lamento, mi compromiso con la Iglesia pasa por sentirme responsable de aquello que se me ha confiado. Y poner, en definitiva, poner alma, vida y corazón al servicio del Evangelio.