Jesús, te adoro en la
eucaristía.
Anunciado desde siglos,
enviado al mundo por el derroche de amor
infinito de tu Padre,
gracias al “sí” de una joven nazarena, eres puente entre
Dios y la humanidad.
Nacido en Belén, y años más tarde en Jerusalén, en la cruz,
entregas tu vida,
naces y mueres por mí. Belén y Jerusalén, dos etapas distintas de tu vida,
principio y
fin.
La ternura recibida al contemplarte como Jesús Niño en Belén,
es similar a cuando te observo,
ya adulto, en la cruz.
Aunque pequeño, eres capaz de llamarme la atención por
esos ojos,
brillantes en la noche oscura.
Tampoco rehúyo contemplarte no ya
junto a los maderos de tu cuna,
sino con tu castigado y dolorido cuerpo ,
manos
y pies clavados a un par de travesaños .
Así, a través de tu nacimiento, tu
muerte y tu resurrección,
por medio de tus ojos, introduces una explosión de
luz.
Una mirada de claridad.
Tus pequeñas manos, tus
delicados dedos que acaricio suavemente,
serán los mismos que partan el Pan en
la última cena, la víspera de tu muerte,
primera eucaristía de la humanidad.
Manos para la fraternidad.
Tu pequeña boca, ahora
sonriente, será la misma de la que brotan ya en tu vida pública palabras de
consuelo, perdón y sanación.
Balbuceos y sollozos en la cuna de Belén, anticipo
de los gozos y dificultades,
anuncio de las bienaventuranzas e invitación a hacerme como los
niños,
herederos del Reino de los cielos. Una boca, unos labios, pregoneros
para anunciar la Buena Noticia.
Tus diminutos pies,
agitándose con inquietud en el aire,
preludio de tu vida adulta para recorrer
con vigor y entusiasmo
ciudades, pueblos y aldeas.
Jesús, eres especial .Vienes
a complicarme la vida, deseas algo de mí.
Basta dedicarte un poco de atención,
algo de tiempo y todo cambia contigo.
Cada día, cuando en la
eucaristía, acojo entre mis manos el Cuerpo de Cristo,
tu mismo Cuerpo, te acojo a ti mismo, Niño
nacido en Belén.
La sencillez del
pesebre me invita a vivir de ese mismo modo, sin complicaciones, con austeridad
para que así tú, Señor, seas mi riqueza,
con gozo me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad, como dice el salmo.
En medio del frío de la
noche, yo quiero llevar calor.
Mi corazón, enamorado por este Niño, desea estar
encendido en el fuego de su Amor.
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Julio Roldán