Esta
vela que tomo ahora en mis manos, es la que ustedes encenderán en unos minutos
para acompañar al Señor en la procesión que haremos al final. Me llama la atención
algo importante. Sentí en la oración que hoy las lecturas debían de estar
centradas en el amor a Dios, y providencialmente leo eso mismo en la frase que
acompaña cada vela: “Dios es Amor”. Con lo cual, fíjense cómo compartimos la
misma sensibilidad y Él nos ilumina a todos.
Me siento agradecido y emocionado.
Agradecido porque lo que hoy celebramos
es una historia de luz, una historia que, movida por las personas que lo
iniciaron, se ha transmitido hasta nuestros días con la claridad que cada uno
ha ido aportando. Un camino de luz
que hace que hoy la Capilla de Adoración eucarística en San Blas, sea lo que es
hoy. No olvidemos que hoy es el primer templo de la ciudad que permanece
abierto catorce horas entre semana. También hay que hacer constar los más de
150 adoradores que dedican su tiempo al Señor, para acompañarle con su
presencia, al menos durante una hora a la semana. Hoy es un referente, no
solamente para el barrio, sino también para el resto de la Ciudad, e incluso de
la Isla.
Aparte
de todo esto, quiero compartir contigo el valor personal que tiene para mí.
Desde hace años, siempre que he venido a esta zona de Vegueta, bien porque
debía ir al Obispado, a la librería diocesana o a las religiosas Nazarenas,
antes o después de la gestión que debía realizar, me acercaba a orar en esta
Capilla.
Y es que, como a cualquier otro
sacerdote, lo que mueve hoy mi corazón es un profundo amor a Cristo y a su
Iglesia. Vivo infinitamente agradecido por un importante
regalo recibido. Me refiero a ser sacerdote, ya son 27 años. Hace dos, celebré
mis bodas de plata y puedo decir que cada día me siento más feliz de esta entrega
al Señor, desde el servicio a los hermanos.
El
Señor me ha conducido hasta aquí en este nuevo destino como Rector de la Capilla
de Adoración eucarística en San Blas y realmente veo la mano de Dios en esta
misión. En la parroquia de la Santa Cruz, de la
que vengo y en la que he estado durante ocho años, tuvimos una serie de
experiencias que merece la pena recordar. En el año de la fe, en su apertura y
clausura, en el 25 aniversario de mi ordenación sacerdotal, en el año de la
misericordia tuvimos vigilia de adoración eucarística a la que fueron no
solamente personas de la parroquia, sino de toda la Ciudad e incluso la Isla.
Un ejemplo que me sorprendió es que vinieron del sur de Gran Canaria en las
horas de la noche en que es más difícil acompañar al Señor, a las dos, las
tres, las cuatro…Vigilias que todos recordaremos porque llevamos grabadas en el
propio corazón. Pues bien, ahora visto desde la fe, es ese uno de los modos en
los que veo un anticipo y preparación a lo que iba a ser mi misión futura, que
hoy es este nombramiento.
La mano de Dios me acompaña hasta
aquí ya desde hace tiempo. Una de mis opciones personales
como sacerdote es dedicar tiempo para acoger y escuchar a las personas, para
ofrecer el sacramento de la reconciliación, es decir el acompañamiento
espiritual de los creyentes. Tarea a la que vengo ahora también en este
servicio.
En
este agradecimiento por este camino de luz que nos conduce hasta la fecha
actual, deseo tener un recuerdo por los adoradores que marcharon a la Casa del Padre,
también por aquellas personas, quizá familiares o amigos, que nos ayudaron con
sus vidas a ser luz.
Me
van perdonar que no sea quizá del todo objetivo. Recuerdo a mi padre, él me
decía: “Julio, que seas siempre luz”.
Él fue adorador nocturno, iba a acompañar al Señor en el sagrario y me hablaba
de lo importante que es dedicar tiempo para estar junto a Él. Hombre
profundamente eucarístico. Cuando regresaba a su banco, tras comulgar, se
arrodillaba, enseguida sacaba un pañuelo y secaba sus lágrimas, era la emoción
de recibir al Señor. Ha pasado el tiempo y algo parecido me sucede, en más de
una ocasión me suelo emocionar mientras celebro la eucaristía, en distintos
momentos de la celebración. Algo que no puedo ocultar. Es la grandeza de sentir
al Señor, a Jesús Pan de Vida. Quienes más me conocen, perciben esa emoción.
Alguno
de ustedes habrá pensado que para esta tarea en la que a las siete de la mañana
uno comienza el día celebrando la misa, el Obispo habrá pensado en un sacerdote
madrugador y acostumbrado a este ritmo de vida. Pues no, fíjense que yo durante
mucho tiempo he sido trasnochador, y me levantaba tarde. Hace ya un tiempo, sin
saber nada de que venía aquí, consciente de que rendía más al madrugar, fui
cambiando mis horarios para irme adaptando a esta nueva realidad. Reconozco
que el Señor utiliza mi barro, mi fragilidad y miseria, para que Él, el Alfarero,
haga de mí su mejor obra de arte. Todo es gracia.
Desde
que recibí este nombramiento, y así se lo dije al párroco de Santo Domingo, D.
José Domínguez, de quien depende esta Capilla, ustedes han estado presentes en
mi oración. Él, su Parroquia y esta Capilla han estado presentes de
modo especial este verano en la gruta de la Virgen en Lourdes, y ante el
Santísimo. No nos conocíamos muchos de nosotros, pero fíjense ahora que nos
vemos puedo poner rostro concreto a esas personas concretas presentadas en mi
súplica al Señor y la Madre.
Y
desde esta actitud de agradecimiento, miro ahora hacia el futuro y lo hago con
emoción. Esto es obra de Dios, y deseo tomarme de su mano. Él ha estado
conmigo en muchos momentos de mi vida y nunca me ha fallado, soy yo quien le he
fallado. Por eso, brota de mí la confianza, me siento seguro porque esto es
obra suya y no nos fallará a nadie.
En esta hermosa historia de luz que
celebramos estamos llamados todos, tú y yo, a compartir nuestras luces, a remar
juntos en la misma dirección sabiendo que el Señor es quien dirige su obra.
Vengo con ilusión y entusiasmo.
Vengo con el deseo de seguir entregando mi sacerdocio al servicio de todos
ustedes, vengo para estar a tu servicio.
Deseo prestar mis manos al Señor
para bendecir en su nombre, y sobre todo para partir y repartir el Pan de Vida,
alimento para todos nosotros. Deseo prestar mis oídos para escucharlos a todos,
para escuchar tus alegrías y dificultades, aquello que te preocupa o hace
sufrir. Deseo prestar mi boca para tener una palabra de ánimo, aliento o
consuelo a quien lo necesite.
Deseo prestar
mis manos y brazos para acompañar, acoger…En
definitiva, deseo prestar mi corazón a Cristo para seguir amando, a ustedes, a
ti, a quienes recibo como parte de mi familia…
Y cómo no, presentaré todo esto,
las intenciones de cada uno de ustedes, con sus
preocupaciones, alegrías…en la mesa del altar.
Recordemos que la misa no solamente se ofrece por los difuntos, sino que
también está nuestra vida y la de nuestros hermanos.
Las lecturas que hemos escuchado
antes, elegidas especialmente para este momento, recogen todo lo que les he
comentado ya, el amor de Dios. Quien es adorador es
alguien que se siente amado por el Señor en su vida, porque Él nos amó primero
y por nuestra parte, nuestro compromiso, el tuyo y el mío, es la respuesta al
amor gratuito de Dios. (1ª Juan 4, 7-10). Se trata de que tú y yo hagamos la experiencia
de sentirnos conocidos del Señor, de tal modo que ya en el vientre de tu madre,
nuestros nombres se escribían en el corazón de Dios (Salmo 138), reflexión que
aplico a mi vida y me estremezco ante la grandeza de este amor divino. En
definitiva, se trata de vivir una historia de amistad con Aquel que sabemos nos
ama quien nos elige y llama para dar fruto abundante. ( Juan 15, 12-17)
Miro al futuro y deseo retomar esta
historia de luz, iniciada hace quince años, tomo la luz recibida de otros para
transmitirla con ilusión y alegría. La fuerza del Espíritu
haga de este lugar, la Capilla de Adoración eucarística en la ermita de San
Blas, un espacio de silencio y espiritualidad, un lugar para alentar, animar y
acompañar a los adoradores y finalmente,
un lugar de comunión eclesial coordinado con otras realidades pastorales sin
perder nunca el horizonte de la adoración al Señor.
Concluyo,
poniendo todo esto en manos del Señor, no sin olvidar hoy en este 11 de octubre
la intercesión de San Juan XXIII, a quien recuerda la Iglesia en este
día, promotor del Concilio Vaticano II, para que esta realidad pastoral viva en
comunión con las orientaciones conciliares y sea una ventana abierta a la
fuerza renovadora del Espíritu Santo. Me encomiendo a María, la Madre, para
vivir en disponibilidad a la voluntad de Dios así como la cercanía y servicio a
todos ustedes. En definitiva, me pongo en las manos del Señor para que Él
disponga de mí, según sus deseos. Y lo hago con la oración del abandono de
Carlos de Foucauld que dice:
“Padre, me pongo en tus manos.
Haz
de mí lo que quieras, sea lo que sea te doy las gracias.
Estoy dispuesto a
todo, lo acepto todo
con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus
criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi vida, te la doy, con todo el
amor de que soy capaz,
porque te amo y necesito darme.
Ponerme en tus manos con
infinita confianza, porque Tú eres mi Padre.”
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Julio Roldán