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domingo, 30 de noviembre de 2025

Una invitación para ti




Escucha, tú que lees esto:

Comienza el Adviento.
No es un año más, no es rutina.
En medio de guerras, de miedos, de cansancio,
en medio de este Jubileo de la esperanza que se acerca a su fin,
Dios te habla a ti y te dice:
Despierta. Levántate. Yo vengo a tu encuentro”.



1. Sube a la montaña de la luz


Mira dentro de ti y mira el mundo:
tanta violencia, tanta división, tantas palabras que hieren…
Parece que la humanidad afila espadas y fabrica muros.

Y hoy el Señor te señala una montaña de luz
y te dice:

Ven. Sube.
Deja ya de fabricar armas en tu corazón.
Convierte tus espadas en arados,
tus reproches en diálogo,
tu indiferencia en abrazo”.

Camina a la luz del Señor.
No te acostumbres a la oscuridad,
no digas “el mundo es así y no hay nada que hacer”.

Tú puedes ser un pequeño taller de paz,
un lugar donde las palabras no matan, sino que curan,
donde las miradas no condenan, sino que levantan.



2. Deja que suene el despertador de Dios


Hoy Dios te sacude suavemente el hombro y te dice:

Ya es hora de despertarte del sueño.
La noche está avanzada, el día se acerca”.

Despierta de ese sueño que te hace vivir en piloto automático,
que te encierra en tus pantallas, en tus prisas, en tus rutinas.

Quítate el “pijama” del

yo soy así”,
no puedo cambiar”,
es lo que hay”.

Y vístete de Cristo:

  • de su paciencia,
  • de su ternura,
  • de su mirada limpia,
  • de su corazón que nunca se cansa de esperar.


Cada mañana, al abrir los ojos, atrévete a decir:

Jesús, hoy quiero vestirme de Ti.
Hoy no quiero vivir dormido;
hoy quiero vivir contigo, despierto, en esperanza”.



3. Prepárate para una visita sorpresa


El Señor viene.
No avisa con un mensaje al móvil,
no aparece en la agenda con una hora concreta.

Viene en lo cotidiano:

  • en la persona que te cuesta soportar,
  • en el pobre que esquivas,
  • en el familiar que necesita tu perdón,
  • en esa situación que no entiendes pero que te invita a confiar.


Hoy Jesús te dice:

Estate en vela.
No vivas con los brazos cruzados.
Ten el corazón en modo ‘acogida’”.

Como quien espera una visita muy querida:
ordena la casa de tu alma,
barre el resentimiento,
abre ventanas a la esperanza,
enciende la luz de la fe.



4. Deja que la esperanza deje huella en ti


Este Jubileo de la esperanza no es un cartel bonito ni un lema vacío.
Es una llamada directa a tu corazón:

¿Dónde está puesta tu esperanza de verdad?

No la pongas en el dinero,
ni en la apariencia,
ni en que pase todo y se arregle solo.

Ponla en Cristo,
que viene, que está, que vendrá.

Deja que este tiempo deje marcas en tu vida:

  • un perdón que por fin te decides a dar,
  • una reconciliación largamente aplazada,
  • un paso real hacia los pobres y los solos,
  • un ratito fiel de oración, aunque sea pequeño.

No salgas igual de este Jubileo.
No cierres la puerta justo cuando Dios la está empujando para entrar.



5. Acepta tres pequeños desafíos


En este inicio de Adviento, la voz de Dios te susurra tres invitaciones:

  1. Camina en su luz
    • Regálate un momento semanal para escuchar su Palabra:
      la misa del domingo vivida de verdad,
      o unos minutos con el Evangelio del día en silencio.
  2. Despierta del sueño
    • Renuncia a algo que te adormece:
      tanta pantalla, tanta queja, tanta noticia que solo te envenena.
    • Llena ese espacio con un gesto de amor:
      una ayuda en casa, una llamada, una visita a alguien que está solo.
  3. Vela con el corazón abierto
    • Cada noche pregúntate:
      ¿Por dónde ha pasado hoy Jesús en mi día?
    • Y da gracias por al menos dos signos de su presencia.




6. Enciende tu pequeña llama


Ahora comienza el Adviento.
El mundo sigue oscuro,
pero hoy, aquí, ahora,
el Señor te entrega una pequeña llama
y te dice:

Enciende.
No guardes esta luz solo para ti.
Sé esperanza donde otros solo ven miedo.
Sé paz donde otros solo sienten rabia.
Sé ternura donde otros solo reciben dureza”.

Tú, sí, tú:
no eres poca cosa en las manos de Dios.
Eres capaz, con Él, de hacer el mundo un poco menos frío,
un poco menos oscuro.

Abre tu corazón.
Déjate despertar.
Ponte en camino.

¡Comienza el Adviento en la Iglesia…
y hoy comienza también el Adviento en tu corazón!

domingo, 23 de noviembre de 2025

Carta de Cristo Rey

     


 

    Hijo amado: 


    Mientras lees estas líneas, la liturgia de mi Iglesia te presenta aquel momento en que estoy clavado en la cruz, entre dos malhechores (cf. Lc 23,35-43). Muchos me miran y se burlan:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo…»
No saben que, precisamente porque no me salvo a mí mismo, estoy salvándolos a todos.

    Desde la cruz, también te miro a ti.

    No te miro desde un trono de oro, sino desde la madera áspera, coronado de espinas y no de piedras preciosas. Mi realeza no se impone por la fuerza: se ofrece, se entrega. Yo reino no cuando domino, sino cuando me doy. Y en ese darme, pienso en todos los enfermos del cuerpo y del corazón, incluidos tú y los tuyos.



    Te contemplo desde la cruz


    Te veo cuando te sientes débil, limitado, confundido por el dolor físico que no comprendes, por diagnósticos que te pesan, por tratamientos que te agotan.
Te veo cuando, aun con el cuerpo sano, llevas el alma enferma: heridas antiguas que no cicatrizan, culpas que no te perdonas, pecados que te avergüenzan, miedos que te paralizan.

    Desde la cruz, no te hablo como un Rey lejano, sino como alguien que ha pasado por el sufrimiento en primera persona. Mi cuerpo está atravesado de clavos, mi respiración es difícil, mi boca tiene sed. No estoy “por encima” del dolor: lo he tomado sobre mí para estar dentro de tu dolor.

    Mientras los poderosos se ríen de mí, en mi corazón resuena tu propia pregunta:
¿Dónde estás, Señor, cuando sufro así?
Y desde la cruz te respondo:
Estoy aquí, contigo. Tan cerca, que tu sufrimiento toca mis llagas.



    Los dos ladrones y tú


    A mi lado hay dos hombres. Los dos están sufriendo, pero no viven el sufrimiento del mismo modo.

    Uno me insulta y me lanza su reproche:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros.»
Este corazón herido no confía, sólo exige. Quiere una solución rápida, no una relación. No mira mis ojos, sólo mira los clavos y espera que yo desaparezca de la cruz.

    El otro reconoce su propia miseria. No niega su culpa, no maquilla su historia. Sabe que ha fallado, y sin embargo se atreve a levantar su rostro hacia mí:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.»
No pide bajarse de la cruz. No reclama un milagro espectacular. Pide algo más profundo: ser recordado por mí, entrar en mi vida, en mi Reino.

    En estos dos hombres también estás tú. En tu corazón conviven esas dos voces:
– La que se rebela: “Si Dios me amara, no permitiría esto.
– Y la que, aun en la noche, se atreve a decir: “Jesús, acuérdate de mí.

    Cada vez que tu corazón pronuncia esta última oración, aunque sea en un susurro, yo te respondo con la misma promesa que al ladrón arrepentido:
«Hoy estarás conmigo en el Paraíso.»
Quizá no cambien de golpe todas tus circunstancias externas, pero algo decisivo comienza: entras en mi compañía, y allí donde estoy Yo, comienza ya el Paraíso, incluso en medio del hospital, de la soledad, de la depresión, del fracaso.



    Tu enfermedad en mis llagas


    Cuando recorría los caminos de Galilea y Judea, muchos enfermos se acercaban: ciegos, cojos, leprosos, paralíticos, endemoniados, corazones rotos. Yo imponía mis manos, pronunciaba una palabra, y el cuerpo volvía a la salud. Esos milagros no fueron sólo gestos de poder; eran señales de lo que ahora sucede en la cruz.

    En la cruz, mis manos ya no se extienden libres: están clavadas. Pero precisamente esas manos traspasadas siguen siendo manos que sanan. Desde ellas se derrama una gracia más profunda: no sólo curo cuerpos, sino que ofrezco salvación al hombre entero.

  • A los enfermos del cuerpo, les digo:
    Tu dolor no es absurdo. Unido al mío, puede convertirse en fuente de gracia para ti y para otros. No eres sólo ‘el que sufre’, eres mi compañero de cruz, mi cireneo íntimo. Yo no te abandono en la camilla, en la cama, en el quirófano. Estoy ahí, respirando contigo, sosteniendo tu esperanza cuando la tuya se agota.
     
  • A los enfermos del alma, les digo:
    Tus culpas, tus caídas, tus adicciones, tus resentimientos, tu frío interior… todo eso lo he cargado yo también. No te escondas de mí. No te avergüences ante mí. Mis llagas son la puerta por la que tu miseria se convierte en misericordia. Ven a mí en la confesión, entrégame lo que te duele reconocer, y escucharás de nuevo, muy concretamente: ‘Tus pecados quedan perdonados. Levántate y anda’.”



    Cómo te sigo sanando hoy


    Aunque ya no camino visiblemente por tus calles, sigo tocando y sanando a través de mi Iglesia, de los sacramentos, de las personas que te rodean.

  • En la Eucaristía, te doy mi Cuerpo entregado y mi Sangre derramada. Cuando comulgas, el Rey crucificado entra en tu pobreza y comienza una lenta pero real sanación interior: sana tu visión de ti mismo, tu relación con el Padre, tu capacidad de amar.
     
  • En el sacramento de la Reconciliación, renuevo para ti la escena del buen ladrón. Te escucho, te perdono, te devuelvo la dignidad de hijo. No te acerques a la confesión como a un tribunal humano, sino como a un encuentro en el que te digo: “Hoy empiezas de nuevo conmigo.
     
  • En la Unción de los enfermos, me inclino de modo muy especial sobre tu fragilidad física. No es un “último rito” para el que ya no tiene esperanza; es mi mano que te toca cuando más lo necesitas, para fortalecer tu fe, consolar tu corazón, y a veces, si conviene, también sanar tu cuerpo.
     
  • En cada gesto de cuidado y ternura, en cada médico, enfermera, familiar o amigo que se inclina sobre ti con amor, ahí estoy yo. No sólo actúo con milagros extraordinarios; también sanando a través de la ciencia, de la escucha, de la paciencia, de la compañía.




    Reinar desde tu propia cruz


    Hoy celebran mi fiesta como Rey. Pero quiero que entiendas bien:
Yo no te prometo un reino sin heridas, sino un Reino donde las heridas, unidas a las mías, dejan de tener la última palabra.

    No te pido que niegues tu dolor ni que finjas fortaleza. Te pido que me dejes entrar en él. Que, como el buen ladrón, te atrevas a decirme en tu lenguaje sencillo:
Jesús, acuérdate de mí. Mira mi enfermedad, mi pecado, mi historia. No tengo mucho que ofrecerte, pero te doy esto tal como es.

    Si lo haces, comenzarás a reinar conmigo:

  • Reinas cuando, aun sufriendo, eliges confiar.
  • Reinas cuando perdonas a quien te ha herido.
  • Reinas cuando, desde tu cama, ofreces tu dolor por otros, por la conversión de los pecadores, por la paz de los que viven angustiados.
  • Reinas cuando permites que yo sane tus heridas más profundas, aunque nadie más las vea.

    Mi Reino no consiste en que nunca enfermes ni en que nunca llores, sino en que nunca estés solo en tu enfermedad ni en tus lágrimas.



    Mi última palabra para ti hoy


    Mientras la gente al pie de la cruz discute, critica o se burla, mi corazón está atento a una sola cosa: que ninguno de mis hijos se pierda. Y eso te incluye a ti, tal como estás ahora.

    Déjame decirte al oído, en este día de Cristo Rey:

    No temas tu fragilidad: la he tomado sobre mí.
No temas tu pecado: mi misericordia es más grande.
No temas tu futuro: ya te lo estoy preparando conmigo.

    Permíteme reinar en tu vida no quitándote la cruz, sino caminando contigo bajo su peso, hasta que un día, cara a cara, escuches sin sombras lo que hoy te digo en la fe:

    «Hoy estarás conmigo en el Paraíso.»

             Con amor eterno,

             Jesús, tu Rey crucificado y sanador

domingo, 9 de noviembre de 2025

Plegaria personal por la sanación

 

Por tercer curso consecutivo, seguimos ofreciendo este espacio de “Plegaria personal por la sanación”. La respuesta positiva de años anteriores nos hace conscientes de la necesidad de este servicio de oración. Son los segundos miércoles de mes de 5 a 7 de la tarde.

Las personas interesadas mantienen un diálogo con el sacerdote acerca de aquella situación de la vida que necesita ser sanada para concluir con una plegaria personalizada.

En el cartel aparecen las fechas, segundos miércoles de mes desde este mes de noviembre para concluir en junio.

Puedes unirte si lo necesitas o recomendarlo a quien creas necesita esta plegaria personal por la sanación. Gracias.